El 7 de junio pasado, el Instituto Ballester nos invitó a los integrantes de la promoción 1989 a recibir las medallas por cumplir veinticinco años de egresados. El festejo se hizo en la sede de Villa Adelina, que celebraba sesenta años desde su fundación.

Reencontrarse con compañeros de la adolescencia un cuarto de siglo después es, como mínimo, una experiencia extraña. Porque se mezclan emociones, dudas, expectativas… Al concurrir al evento, uno es testigo y protagonista; testigo del cambio de los otros y protagonista del propio, con el lazo vinculante de la institución escolar.

Y justo antes de llegar al festejo, sentir esa olvidada sensación de nervios, como resabio del momento en el que rendíamos un examen. Asistimos quienes podíamos y hacía tiempo anhelábamos el reencuentro. Muchos querían y no podían participar: el destino los llevó a cientos y miles de kilómetros de Buenos Aires. Los extrañamos –mucho– y varios de ellos grabaron generosos saludos a distancia que compartimos en un video.

La celebración resultó una fusión de sensaciones que conectaban el recuerdo y la realidad presente. Algo así como un viaje mental desde remotas jornadas de uniforme gris con toques de verde a un aniversario de jeans y camperas customizadas. De tanta ortodoncia y granitos revolucionarios, a tinturas para ganarles la pulseada a las canas. De colegiales tímidos a profesionales bien plantados, de alumnos esmerados a padres ansiosos. También estábamos un poco más arrugados. Más seguros. Más acostumbrados a nuestra identidad y al mundo.

Fue una sorpresa conocer las elecciones adultas de cada uno. El extrovertido que lideraba equipos deportivos en la escuela, encabeza hoy una familia numerosa. Varias Susanitas priorizaron la profesión y optaron por la maternidad hace poco, mientras que quienes fueron madres y padres a los veintipico, asistieron al acto con sus hijos “grandes”, algunos tan parecidos que por un instante y con imaginación, el tiempo se desdibujaba. Algunas profesoras también nos mimaron con su presencia, y daba ternura vernos en diálogo de adultos.

Abogada, administrador de empresas, agrimensor, ama de casa = CEO de familia, arquitecto, bióloga, científica, comerciante, contadora, cuentapropista, emprendedor, investigadora, kinesióloga, maestra, mecánico, médico, militar, periodista, relacionista pública, secretaria, traumatóloga, veterinario…

En todo esto y más, nos convertimos desde que nos fuimos del IB. Es una institución que nos abrió el horizonte de conocimientos, nos exigió alto rendimiento intelectual, nos brindó un método de aprendizaje e insistió hasta que aprendiéramos cada lección. No fue tan fácil, tampoco imposible. Nos abrió una ventana a otra cultura, la alemana. Nos instó a ejercitar a diario valores que conocíamos en casa, y entre ellos destaco la responsabilidad. Había que responder de lo que hacíamos, no era gratis.

Gracias por convocarnos, por dedicarnos un espacio y esfuerzos conjuntos para el reencuentro, una medalla como recordatorio, y por habernos nutrido oportunamente con una educación intensa.

“Veinte años no es nada”, decían Le Pera y Gardel, pero veinticinco años son mucho para nosotros, la promoción 1989.

 

Mónica Vallejos