Mi nombre es Bettina Stegmüller, tengo 55 años y actualmente vivo en Chubut. Fui alumna del Instituto Ballester Deutsche Schule, donde cursé desde el jardín y la primaria en Villa Adelina hasta finalizar el bachillerato bilingüe en Villa Ballester en 1987.

Durante mi paso por la escuela, reconozco que no valoré del todo lo que me ofrecía. Era una alumna del montón: cumplía, pero mi foco principal estaba puesto en el deporte. Desde chica fui nadadora, luego atleta y triatleta. Siempre me incliné por las materias del área de exactas y naturales, así que elegí la orientación química-biológica en tercer año. En el verano entre 5° y 6° hice una pasantía en un laboratorio farmacéutico. Me gustó, pero también sentí la necesidad del contacto humano. Fue entonces cuando decidí estudiar medicina.

Ingresé a la Universidad del Salvador, donde rendimos un exigente examen de ingreso. Éramos tres exalumnos del Instituto Ballester… y los tres ingresamos y egresamos juntos. Parte de mi internado lo hice en la Universitätsklinik Lübeck, en Alemania. La formación y el idioma que me dio el colegio fueron fundamentales para que pudiera aprovechar esa experiencia.

Más allá del aspecto académico, valoro profundamente las oportunidades extracurriculares que nos ofrecía la escuela: grupos de teatro, coro, biología, fotografía, actividades deportivas… Una formación completa, que incluía música y plástica incluso para quienes estábamos más volcados al deporte. Si pudiera volver atrás, participaría en muchas más.

Después de recibirme, hice la residencia en Clínica Médica en el Hospital Alemán, donde también fui jefa de residentes. Luego trabajé en Alemania, en Celle, pero siempre supe que quería volver. Me especialicé en Cuidados Paliativos y, ya instalada en Trelew, contribuí junto a otros médicos a formar la primera unidad de terapia intensiva del hospital. También fui jefa de Clínica Médica. Hoy trabajo en un sanatorio, en un centro oncológico, en consultorio y en seguimiento domiciliario de pacientes. Si tuviera que volver a elegir, sin dudas volvería a ser médica.

Hace 25 años que vivo en la zona. Mis hijos mellizos, que hoy tienen 19 años, nacieron y crecieron acá. Disfrutaron de una infancia libre, cerca del mar y la naturaleza. Sin embargo, sí extrañé para ellos una escuela como la que tuve yo. Por eso intenté desde casa complementar lo que no ofrecía el sistema educativo local: fomentar la lectura, la música, la formación integral.

A los chicos que hoy transitan el Instituto les diría que disfruten esta etapa, pero que también aprovechen cada oportunidad. Que vivan experiencias en el exterior si pueden, que busquen su lugar en el mundo y que, si deciden regresar, recuerden que en nuestro país hay mucho por hacer.